Hace unos días, sin solicitar la compañía de ningún amigo o amiga (supuse que todos me colgarían el teléfono al escuchar mi propuesta), me planté a las cuatro de la tarde en los barceloneses cines Renoir de la calle Floridablanca para tragarme la cuarta entrega de las aventuras de John Wick (que los cinéfilos serios y cejijuntos consideran un divertimento para descerebrados, ¡y no diré que estén absolutamente faltos de razón!). De hecho, no iba completamente solo, pues me acompañaba mi Niño Interior, que se moría de ganas de volver a ver a su héroe de acción del momento. El chaval es de morro fino y no se conforma con cualquier cosa (detesta las basurillas de Chuck Norris, Jackie Chan o Steven Seagal, a los que considera un hatajo de gañanes sin gracia alguna). Durante años, se apañó con las aventuras de James Bond, pero cuando Roger Moore abandonó el personaje (tras convertirlo en el protagonista de unas entretenidas astracanadas), se dio cuenta de que, con Timothy Dalton, Pierce Brosnan y, sobre todo, Daniel Craig, las cosas iban de mal en peor y había que pensar en sustituir al viejo 007 por sujetos más estimulantes.
Conseguí aplacarlo durante años con el poli de La jungla de cristal John McClane (Bruce Willis), con la saga de Jason Bourne (papel ideal para un actor tan inexpresivo como Matt Damon, cuya permanente cara de estupor lo hace ideal para interpretar a un espía amnésico, de la misma manera que el pobre David Duchovny cuando se quitaba el traje negro del agente Fox Mulder de Expediente X se convertía en una no entidad) o con las andanzas de Ethan Hunt (Tom Cruise) en la serie Misión Imposible, pero lo suyo con John Wick fue amor a primera vista, un auténtico flechazo. Vimos la primera entrega de la serie, John Wick. Chapter one, por televisión y nos cautivó a ambos. Y a muchos más en todo el mundo, pues se trataba de una película de bajo presupuesto de la que nadie esperaba gran cosa y a la que el boca-oreja convirtió en un fenómeno internacional. Luego nos tragamos las dos siguientes y hace unos días acudimos, como les decía, a los Renoir para disfrutar de la cuarta: salimos extremadamente contentos y nos negamos a creer que John Wick haya muerto, como nos sugiere el plano final de su lápida, pues ya hemos oído decir que resucitará, aún no se sabe cómo, en la quinta entrega.
Keanu Reeves, en la cuarta entrega de ‘John Wick’
A John Wick se lo inventó en el 2014 el guionista Derek Kolstad, cuyo abuelo materno se llamaba precisamente John Wick. El hombre recurrió a Chad Stahelski, un doble de acción y responsable de la segunda unidad en algunos rodajes, para que se sentara en la silla del director. Y juntos lograron un éxito inesperado con unos mimbres que, aparentemente, no daban mucho de sí. Para quienes no estén familiarizados con el universo de John Wick, la cosa va más o menos de lo siguiente:
John Wick (Keanu Reeves, actor limitado, en la línea de Damon o Duchovny, que ha encontrado en este personaje, y no en el Neo de The Matrix, el papel de su vida) es un buen chico que trabajó tiempo atrás para un sindicato del crimen conocido como La Alta Mesa e integrado por la mafia y demás agrupaciones dedicadas a la delincuencia de postín. Harto de esa vida loca, se retiró de los asesinatos por encargo por el amor de una buena mujer, que tuvo la mala fortuna de morirse de cáncer cuando nuestro hombre llevaba algo más de cinco años jubilado. En tal situación, el hijo tonto de un mafioso ruso tuvo la desafortunada idea de robarle el coche y matarle al perrito que su difunta esposa le dejó de herencia para que tuviera alguien a quien querer. Y entonces John Wick, con gran pesar de su corazón, tuvo que vengarse convenientemente del imbécil ruso y matar a todos los que se interpusieran entre él y su némesis. Así empieza todo y seguimos en las mismas tras el capítulo cuarto de las aventuras de John Wick, donde su creador, el señor Kolstad, ha sido sustituido por dos tipos más interesados en los videojuegos que en las películas con exposición, nudo y desenlace (dura casi tres horas y los diálogos no deben ocupar más de veinte folios del guion). Funcionar, la cosa funciona, pero mi Niño Interior y yo agradeceríamos el regreso de Derek Kolstad para la próxima entrega de la serie.
Convertido Bond en un calzonazos con tendencias woke, jubilados John McClane y Jason Bourne y a la espera de ver qué tal se presenta la séptima entrega de las aventuras de Ethan Hunt, John Wick es, hoy por hoy, el héroe de acción más estimulante del mundo (o eso pensamos mi Niño Interior y yo). Cada nueva entrega es más simple y delirante que la anterior (en las dos primeras había un cierto esfuerzo por mantener una mínima verosimilitud), pero a los fans de John Wick nos da igual porque nos dejamos el cerebro en casa cuando vamos al cine a ver a nuestro héroe (algunos cinéfilos no le hacemos ascos a un eficaz entretenimiento que refuerza la relación con nuestro Niño Interior, que es también nuestro camarada más fiel). Es más, estamos convencidos de que John Wick importa, entre otros motivos porque con él regresas a la infancia y a la adolescencia, disfrutando además de su peculiar entorno, en el que brilla con luz propia el fatalista Winston (Ian McShane), gerente del Hotel Intercontinental de Nueva York, donde se alojan los asesinos de élite y en cuyas instalaciones está prohibido quitar de en medio a nadie, so pena de ser excomulgado por la Alta Mesa.
Un héroe trágico
Lo mejor de John Wick es que todo lo que podría ser calificado tranquilamente de memez inverosímil funciona a las mil maravillas para aquellos de nosotros que queremos y respetamos a nuestro Niño Interior. Entre otras cosas, no hay escenas de acción comparables a las de John Wick en la producción cinematográfica actual. Y cuanto más duren, mejor (la batalla junto al Arc de Triomphe parisino en el cuarto episodio es de antología, y a día de hoy sigo sin saber si se rodó donde se supone que se rodó o si todo es una inmensa engañifa de la inteligencia artificial, pero me da lo mismo).
John Wick es, de hecho, una versión humana del Terminator de Arnold Schwarzenegger o del misterioso Keyser Söze de Los sospechosos habituales, una presencia fantasmal y aterradora que, si se cruza en tu camino y eres gentuza de la peor, ya puedes empezar a rezar lo que sepas, pues, te pongas como te pongas, acabará contigo. John Wick solo quiere vivir en cierta paz con su nuevo perro y bebiendo bourbon para olvidar a la mujer que le cambió la vida, pero no le dejan y vive permanentemente para la venganza. En ese sentido, es un héroe trágico al que, afortunadamente, no hay que tomarse excesivamente en serio.
Todo depende de la importancia que le concedamos al cine de acción. Mi Niño Interior y yo le otorgamos bastante desde que vimos Dr. No en 1962. Si voy a ver las últimas películas de Ulrich Seidl o Paolo Sorrentino, me dejo en casa al chaval (que a veces puede resultar un pelín irritante, no se lo negaré), pero siempre está ahí cuando le necesito. Y ambos sabemos que John Wick, a su muy peculiar manera, importa.