Marcos Carnevale es hoy la excepción a la regla que se impone en este complicado momento del cine argentino, huérfano de rodajes y con una actividad reducida casi al mínimo. En el mismo momento en que Goyo, su nueva película, está por llegar al streaming, el autor y director más prolífico de la pantalla nacional ya tiene bastante avanzado el rodaje de un nuevo largometraje con el mismo destino.
“No lo sé, no puedo explicarlo. Lo mío es trabajo y da sus frutos, por eso me siguen llamando y abriendo puertas. No hay otra. Cuando jugás mal nadie te llama”, afirma Carnevale en una larga conversación con LA NACIÓN en la que hablará de unos cuantos temas: la flamante película que lleva su firma y este viernes se suma al catálogo de Netflix, luego de pasar por algunos cines en la última semana; sus próximos proyectos, los problemas que enfrenta hoy el cine argentino, y la crisis de la ficción televisiva producida en nuestro país. Le sobra autoridad para hacerlo, sobre todo alrededor del último punto, por la destacada labor que llevó adelante en Polka como gerente de contenidos durante el período más exitoso de la productora.
Lo primero que dice Carnevale es que cada película suya pone de inmediato a prueba al espectador. Empieza poniendo toda su atención en los personajes, a los que luego coloca dentro de una historia. “Si el personaje no te lleva de la mano hasta el final de la película hay algo que no funciona. La gente empatiza con él o no. También a veces ese personaje te abandona y uno, como autor, se queda ahí colgado. A veces te dice: por acá, no. Y si querés forzarlo, el espectador se da cuenta enseguida”, agrega el director de Granizo, Inseparables, Corazón de león y El fútbol o yo.
-El protagonista de Goyo tiene Asperger como característica más destacada. Y los créditos iniciales de la película dejan constancia del apoyo explícito de varias entidades que se dedican a tratar a los pacientes del espectro autista. El mayor riesgo que enfrenta este tipo de relatos suele ser la tentación de caer en el didactismo.
-Yo no quería hacer un documental sobre el Asperger. No me gusta aleccionar a la gente y llevarla en una determinada dirección. Hay formatos mucho mejores que una película para informar a la gente sobre el tema, y es medio arrogante ponerse a filmar una ficción desde un punto de vista científico. Yo quiero siempre ir más allá. Mis películas hablan todo el tiempo de personas diferentes porque yo también me siento diferente y no termino nunca de entender la condición humana. Yo vengo planteando este tema desde que dirigí Anita.
-Aquella chica con síndrome de Down que se ve forzada a salir al mundo el día del atentado contra la sede de la AMIA. Están por cumplirse 30 años de ese hecho.
-En esa película no tuve necesidad de hacer una composición porque la actriz que interpreta al personaje vive con ese cuadro. También allí estuve por suerte muy bien asesorado, me esmeré en cuidarla y en no abusar de esa condición para contar la historia. Siempre nos movemos en estos casos dentro de un equilibrio muy delicado.
-En el caso de Goyo es un actor, Nicolás Furtado, quien se transforma en un personaje que vive con Asperger.
-Es mucho más difícil así. Por cumplir con todos los parámetros de la enfermedad corremos dos riesgos: limitar la libertad de expresión del personaje o extralimitarte y mostrar algo que una persona con Asperger jamás haría. Por eso, a partir de mi experiencia, decidí primero escribir lo que yo creía sobre este personaje y después me senté con las instituciones que tratan este tipo de cuadros para que me hicieran una devolución, que fue muy pormenorizada. Me ayudó mucho el espectro. Es tan amplio que no hay una sola manera de construir a un personaje con Asperger. Y Nicolás sintió lo mismo.
-¿Cómo fue el trabajo de elaboración del personaje?
-Empezamos pensando en los casos reales de gente con Asperger y ahí tenés ejemplos famosos: Anthony Hopkins, Keanu Reeves, Elon Musk. Personas que a lo mejor no visibilizan el cuadro, pero lo padecen. Puede haber casos más o menos literales, más o menos obsesivos. Lo que no debemos perder es la búsqueda del equilibrio.
–Goyo dedica mucho tiempo a mostrar cómo se relaciona un personaje que tiene Asperger con el mundo que lo rodea.
-Anita y Goyo tienen una mirada muy limpia y pura frente a la vida. También es muy objetiva, por eso quizás no comprendan algunas cosas. Mi juego apunta a esto. Ir hacia lo que no comprendemos. Seguimos sin entender las razones que llevan a un hombre a matar a otro. Es algo tan naturalizado que mientras comemos tranquilamente una milanesa vemos las noticias sobre la guerra en Ucrania o lo que pasa en Medio Oriente. Yo quiero en cambio invitar a la gente a mirar el mundo como lo hacen Anita o Goyo, y decir, como ellos, que estamos mirando mal. Sé que es algo utópico, estoy luchando contra un monstruo de mil cabezas.
-Goyo vive en la película una historia de amor con Eva Montero (Nancy Dupláa) que empieza de una manera muy blanca, hasta que Goyo empieza a usar un lenguaje muy crudo y explícito cada vez que habla de sexo.
-La historia nunca deja de ser blanca porque en el Asperger se describe el cuerpo de la manera más objetiva, sin las connotaciones o capas que le agregamos nosotros. Es como hablar de la uña o la nariz. No hay en ellos pudor o doble sentido. Yo le fui fiel a Goyo porque él es así y habla así. Escucharlo hablar de temas sexuales con tanta franqueza nos descoloca porque estamos acostumbrados a otra cosa.
-En la película se habla mucho de sexo, pero sin imágenes o escenas específicas.
-En una de las primeras versiones del tema yo tenía a Goyo y a Eva haciendo el amor, viviendo una situación muy pura y tierna. Uno de los temas del Asperger es la dificultad para el contacto físico que tienen quienes lo padecen. No es fácil para ellos tocar, besar, acariciar. Por eso preferí dejar todo así, librado a la imaginación del espectador y también de ellos. Aunque en el fondo debo aclarar que la película es en realidad la historia de Eva, no de Goyo.
-¿Por qué?
-Porque Eva tiene una mirada como la nuestra. Pone todas las expectativas en un modelo de relación romántica que siempre falla, hasta que de pronto se encuentra con este ser que la quiere con todos sus defectos. No le importa que tenga otra condición social o un nivel intelectual menor. Tampoco que sea mayor que él. Para Goyo, Eva es una mujer pura y desprovista de prejuicios. Es la misma mirada utópica que yo tengo. Ojalá todo el mundo fuese así.
-¿Estuvieron desde el principio en su cabeza Furtado y Dupláa como protagonistas?
-Para personificar a Eva consideré a varias actrices con ese perfil y ese color, pero en la medida en que se fue desarrollando la historia apareció Nancy. Además, yo quería desde hace mucho tiempo trabajar con ella. En cuanto a Goyo, tuvo muchas edades en distintas versiones previas. De pronto era un señor grande, de pronto un cuarentón. Hasta que me dí cuenta que la diferencia de edad entre los dos podía funcionar muy bien, además del universo que se armaba entre él, sus hermanos y su madre. Ahí apareció Nico. No lo conocía en persona, sí sabía mucho de su trabajo, siempre jugando altos riegos de composición. Enseguida interpretó lo que yo había escrito y se arrimó tremendamente al Goyo que tenía en la cabeza. Lo tuve bien al lado también para no pasarnos. Te podés ir al diablo con un personaje así. Por eso fue fácil construirlo y más fácil todavía llevarlo después al laboratorio de los especialistas para la sintonía fina del personaje.
-Mientras hablamos y Goyo se estrena en Netflix usted está filmando Corazón delator, con Benjamín Vicuña y Julieta Diaz. Semejante continuidad de trabajo no está a la altura de casi nadie en este momento del cine argentino.
-Sí, es una producción de Sony para Netflix. Me siento muy afortunado porque el contexto está gravemente herido y va a estar mal por un tiempo. Se lo dije el otro día a las 70 personas que trabajan conmigo. Valoremos este momento porque la cosa está muy complicada.
-¿Hoy son las plataformas como Netflix las únicas en condiciones de sostener en la Argentina proyectos de este tipo?
-Hoy sí. Antes de la pandemia, que fue el momento en que las plataformas explotaron, se producía cine a riesgo como fue toda la vida. El productor a veces ganaba mucho y a veces perdía todo. Siempre con el Incaa detrás apoyando todo porque sin el Incaa no se puede hacer cine en la Argentina. Ahora están las plataformas con dos formatos, las producciones originales como Goyo, que compran y financian por completo, o la licencia, donde el productor y la plataforma comparten el riesgo y las ganancias. El panorama es complicado. Además, en los últimos tiempos las plataformas menguaron su producción y tenemos al Incaa paralizado.
–¿Hay solución?
–Lo primero es recuperar el cine argentino en las salas. Después de la pandemia no pudimos hacerlo salvo en casos excepcionales como Muchachos, el documental del Mundial. Y los productores tienen que volver a jugarse como lo hicieron toda la vida. No va a quedar otra porque las plataformas no pueden hacer todo y van a quedar muchos proyectos sin apoyo.
-¿Qué debería hacerse con el Incaa?
–Tenemos que reordenarnos para que el Incaa esté a la altura de lo que merece el cine argentino con una buena gestión, una buena administración y una buena selección de proyectos y rubros a cargo de gente idónea, en condiciones de apoyar cada año a determinadas óperas primas, películas comerciales, documentales. Y financiar estos proyectos. Si la cultura no tiene financiamiento oficial va camino al desastre.
-¿Debería hacer el sector audiovisual alguna autocrítica frente a la situación a la que se llegó?
-Cuando llegó Alfonsín yo empecé con el cine y desde ese momento, la gestión del Incaa tuvo sus cosas. A mí me negaron el crédito para hacer mi primera película. Como me lo rechazaron decidí autofinanciarme hipotecando mi casa. Después, con el tiempo, me tocó estar un rato del lado de adentro participando en la selección de proyectos y algunas cosas no me gustaron. Ojo, hablo de lo que pasó en todos los gobiernos, no de uno en particular. Hubo mucha elección a dedo, mucho amigo que conseguía sacar fácil algún proyecto. Nada de eso puede ocurrir de nuevo.
-¿Cómo se logra esa meta?
-Debería haber un Incaa que no tenga una ideología única o que defienda una gestión partidaria, como suele pasar con cada gobierno de turno. El Incaa debe ser totalmente neutral, con un veedor que controle cómo se distribuyen los créditos, los subsidios y los ingresos por encima de cualquier influencia partidaria. Y comisiones calificadoras de créditos y proyectos que tengan idoneidad probada. Hoy cualquiera puede filmar una película y no cualquiera puede filmar una película. A lo mejor deberíamos pensar en hacer menos películas y construir una industria con muy buenas intenciones.
-Usted fue pilar de un gran momento de la ficción argentina como responsable máximo de los contenidos de Polka. Hoy, esa misma ficción parece casi extinguida, ¿qué pasó en el medio?
–Adrián Suar cambió la televisión argentina e inauguró un modelo que otras productoras luego copiaron. El modelo Polka, que duró bastante tiempo, casi 30 años. La pasé tremendamente bien, con Adrián como un gran compañero creativo. Hicimos algunos sapos, pero la mayoría fueron cosas maravillosas. Explotaba la pantalla. Ahora hay que aceptar que los tiempos cambian. No se puede ser joven todo el tiempo. Estuvo bien cuando teníamos 20, ahora llegamos a los 60. Y como entramos en otra era, tenemos que hacer a los 60 la mejor película posible.
-¿Qué tiene de novedoso o llamativo este cambio de época, como para terminar expulsando a la ficción local de la programación cotidiana?
-Cambió la comunicación. Aparecieron las plataformas y las redes y también cambió el público. Es algo que pasa en todo el mundo. La TV abierta hoy se reduce a las noticias, los entretenimientos y los reality shows. Salvo en países como México o Brasil, que todavía tienen un público gigantesco que sigue consumiendo ficciones de manera gratuita en los canales de aire. Fuera de eso, el negocio de la ficción está perdido, es insostenible. El público no está más ahí, se fue a otro lado.
-¿Usted prefiere el cine a las series?
–Goyo pudo haber sido una muy linda miniserie, pero nació en formato de cine y así le gustó a Netflix. Pero también me interesan otros formatos. Hace poco terminé una miniserie para Star+ que va a estrenarse el año que viene y se llama Amores inesperados, con capítulos unitarios. Las plataformas van camino de convertirse en canales abiertos. Ahí van a ir a parar las telenovelas, los unitarios, las series. Ya tenemos en streaming ficciones de larga duración, con 60 capítulos.
-¿Está planeando un nuevo proyecto que le permita seguir en esta actividad constante?
-Retomé una historia que fue la primera que quise filmar. Intenté hacerla 40 veces y ya tengo 20 versiones distintas, escritas en diferentes edades, de los 17 a los 50 y pico. Es una historia difícil de contar sobre la vida y la gente de mi pueblo, pero con un giro medio macondiano, de García Márquez, con toques de realismo mágico. Y tiene que ver con la historia de mis padres. Mamá de familia peronista y papá de familia radical. Como Montescos y Capuletos. Era un amor que parecía imposible en un pueblo de 2000 habitantes, pero al final se hizo realidad. Siempre dejé ese guión porque sentí que no estaba a la altura, pero ahora creo que estoy más cerca de concretarlo. Es un proyecto caro, difícil de hacer, pero me respalda cierta trayectoria y quizás la confianza de los demás pueda estar depositada ahí como para hacerlo. Mientras tanto seguiré contando historias.
-¿Esa esencia se mantiene? Venimos hablando mucho de los cambios que condicionan todo el tiempo esta actividad.
-Eso no va a cambiar nunca. Puede cambiar la fuente, también el emisor, pero al final siempre voy a poder contarle un cuento a alguien, aunque me vea en la pantalla de un celular. Puede durar una hora y media, tres horas o un minuto, porque hay cada vez más ansiedad. Yo veo mucho cine clásico y me pasó el otro día con Testigo de cargo. Hacer hoy algo así parece insostenible. En los guiones actuales tenés que adelantar cada vez más lo que se llama turning point, ese punto de giro que abre cambios dramáticos e inesperados en la trama. Cuando no llegan o se demoran, a la gente le agarra un ataque de pánico. Ya nadie puede esperar.