WASHINGTON.- Mientras persiste el estrés en los mercados por la caída de bancos, el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, pidió al Congreso que cambie la ley para poder imponer “penas más duras” a los altos ejecutivos bancarios que llevan a la quiebra a sus instituciones debido a su mala gestión.
“Cuando los bancos quiebran debido a la mala gestión y la asunción excesiva de riesgos, debería ser más fácil para los reguladores recuperar la compensación de los ejecutivos, imponer sanciones civiles y prohibir que los ejecutivos vuelvan a trabajar en la industria bancaria”, dijo Biden en un comunicado difundido por la Casa Blanca. “El Congreso debe actuar para imponer penas más duras a los altos ejecutivos bancarios cuya mala gestión contribuyó a la quiebra de sus instituciones”, agregó el mandatario.
La movida de la administración de Biden llega cuando las turbulencias financieras que se desataron por el colapso del Sillicon Valley Bank (SVB) continúan en los mercados financieros. Los inversores siguen mostrando altos niveles de ansiedad a pesar de las señales de confianza que envían los funcionarios en Estados Unidos y Europa respecto de la salud del sistema bancario y financiero. Biden reiteró en su comunicado que el sistema norteamericano “es más resistente y estable” gracias al pronto rescate que orquestó su gobierno durante el fin de semana al SVB y al Signatura Bank, otro banco caído en desgracia.
“Tomamos medidas decisivas para estabilizar el sistema bancario sin poner en riesgo el dinero de los contribuyentes. Esa acción fue necesaria para proteger los empleos y las pequeñas empresas, y los contribuyentes no soportarán pérdidas”, dijo Biden.
Pero el rescate orquestado por su gobierno generó, sin embargo, un debate acerca del papel del gobierno federal cuando se producen quiebras en el sistema financiero, una discusión que viene desde la crisis financiera global que estalló en septiembre de 2008 con la caída de Lehman Brothers. Luego de esa quiebra histórica, el gobierno federal de Estados Unidos desplegó una de las mayores intervenciones de la historia y terminó rescatando a bancos de inversión, aseguradores, e incluso a la industria automotriz, que estuvo a punto de desaparecer.
De hecho, uno de los lemas que Biden utilizó hasta el cansancio en la campaña presidencial de 2012, cuando era vicepresidente de Barack Obama, fue: “General Motors está viva, y Osama ben Laden está muerto”.
Aunque los salvatajes diseñados para contener la crisis de 2008 –“bailouts”, en la jerga– fueron vistos ampliamente como la mejor solución para evitar un mal mayor, dejaron una marca política perdurable, y un profundo malestar en el norteamericano de a pie. Ningún ejecutivo de ninguna entidad financiera fue culpado y condenado por la crisis financiera de 2008, y pronto muchas personas comenzaron a abonar a la idea de que el gobierno había rescatado a Wall Street, y se había olvidado de “Main Street”, una referencia para hablar del ciudadano común.
Biden, quien hizo campaña con la promesa de crear una economía más equitativa y defender a los trabajadores y a la clase media, intenta con esta nueva ofensiva lograr un equilibrio político que le permita justificar el nuevo rescate –que su gobierno se ha preocupado enormemente por diferenciar de los bailouts– sin generar un mayor malestar en la gente, ya frustrada por la inflación más alta de los últimos 40 años, que ha golpeado sin distinciones el bolsillo de los norteamericanos.